NOCHE DE REYES EN LA CIUDAD

Jorge Rivera

4 de enero

Amanece en tu ciudad. En un callejón, un montón de cartones despiertan, se remueven y deslizan. De ellos sale la mano de Francis, que disciplinadamente se levanta pronto cada mañana, antes de que los hombres de negocios entren a la oficina. Francis sigue esperando que uno de esos capitostes trajeados de maletines y teléfonos cada vez más pequeños le devuelva algo de lo que él considera suyo, después de que los hombres de traje le arrebataran su piso y su vida. A él ya le habrás visto alguna vez, así que no voy a describirle.


Algo más tarde de las nueve, Francis se da cuenta de que el universo no conspira a su favor, por mucho que él lo desee. Una vez más. Con unas monedas que le dio un joven camino a clase, se mete en una cafetería para comprar un bocadillo y asearse. Al entrar al bar, el camarero le escudriña desde detrás de la barra, con ambos brazos apoyados en el frío acero. No es bienvenido. Francis se escurre hasta el baño, donde se asea como puede con agua fría. Cuando sale, el camarero-cancerbero le mira con rostro impasible. Francis se sienta en uno de los impersonales taburetes del bar y deja las monedas sobre la barra. El cancerbero resuella y niega con la cabeza. No da ni para una tostada.


Con lo que tiene compra un billete de bus. Son casi las once cuando ve una chica absorta en su teléfono. Piensa que la gente ya no mira hacia arriba, justo cuando ella lo hace. Sus miradas se cruzan y Francis se sonríe, porque es como si ella hubiera oído sus pensamientos. La sonrisa se desdibuja cuando ella vuelve a zambullirse en su móvil con una mueca de miedo o asco.


Francis tarda una eternidad en llegar a su destino, un colegio de un barrio obrero. Es la hora del recreo, y ve a su hija disfrutando del sol de invierno, jugando con otras niñas. Hace mucho tiempo que no se ven, y más que no hablan. Solo un milagro haría posible el reencuentro.


Cuando ella vuelve a clase, él comienza a andar, de vuelta al callejón. Por el camino se tropieza a mucha gente, pero ellos no le ven, o no quieren verle. Francis piensa que quizás sean las luces navideñas, que les ciegan. Es un largo camino de vuelta, y llega al callejón tras haber cenado algo en el comedor social. Ha tardado horas en volver andando y está rendido, así que se recuesta entre cartones y mantas y, a pesar del ruido de la ciudad comprando, se queda dormido rápidamente. Sueña.

5 de enero

Amanece nuevamente en tu ciudad. En el callejón los cartones despiertan, se remueven y deslizan como cada día. De camino a su posición habitual Francis se encuentra una maleta de esas que usan los ejecutivos para viajar junto a un contenedor. Mira alrededor para ver si el dueño está aliviándose al otro lado del contenedor, pero no. Se rasca la cabeza pensativo, como hacen en las películas, y al poco tiempo decide averiguar qué hay en la maleta: Un traje, un teléfono pequeñísimo, unas gafas de sol, y una cartera con mucho, mucho dinero. No hay documentación. Francis sale a la calle principal para hablar con una pareja de municipales que suelen resguardarse del frío en la esquina, pero precisamente hoy no están.


De repente, Francis se da cuenta de que se le ha hecho tarde. Los capitostes ya están en el trabajo. El hambre aprieta, y le viene un pensamiento a la cabeza, una idea.


Francis se ha puesto el traje que había en la maleta. La gomina disimula la suciedad de su pelo, y las gafas de sol sus permanentes ojeras. Entra en el bar con la maleta haciendo ese irritante ruido de las ruedecitas. El camarero le mira y trata de forma diferente, incluso le pregunta que qué desea. “Una tostada con jamón, un café y un zumo de naranja”, responde. Hace mucho que no toma zumo natural, y lo echa de menos.


Hoy también coge el bus. Se siente raro en esa ropa, siente que engaña al mundo, y siente culpa y placer casi a partes iguales. Hasta la chica del móvil, que ayer le miraba raro, le mira hoy con ojos cómplices. El viaje al colegio se le hace más corto que nunca, y hoy se decide a acercarse a la verja del colegio para saludar a su hija. No les da tiempo a hablar mucho:


- ¿Cómo estás?

- Bien.

- Siento no venir a verte más a menudo, pero tengo mucho trabajo y viajes. ¡Siempre con esta maleta a cuestas!. Cosas de mayores.

- Eso dice mamá cuando pregunto por ti.

- Normal… Oye, ¿Y qué les has pedido a los Reyes?

- ¡Una Princesa Guerrera de Tulfiván!

- Uy, esa no la conozco… pero seguro que ellos sí.


Suena el timbre y ella vuelve a clase. Francis vuelve al callejón, hoy en bus. Durante el camino piensa en ir a una juguetería, comprar el regalo para su hija y enviárselo por correo. Pero luego se acuerda de su exesposa. Ella ya le habrá comprado una Tuflifán de esas a su hija.


El dinero no le sirve para comprar lo que más quiere, y vuelve al callejón con sentimiento de impotencia. De camino saca grandes billetes de la cartera y se los da a otros que piden en la calle, que le miran atónitos. Nadie le reconoce. Al llegar al callejón se quita la ropa y la tira junto a la maleta, el teléfono y las gafas en un contenedor. Vuelve a ponerse su ropa y decide que ya que es noche de Reyes va a ir a la busca de un milagro. Poco antes de perderse en la multitud sigue sin darse cuenta de que el milagro es él.

Give my umbrella to the Rain Dogs

For I am a Rain Dog, too.


Tom Waits, Rain Dogs